martes, 4 de septiembre de 2012

Parkour

Levantarte un día con ganas, ponerte las zapatillas, salir a la calle con la bici. Llegas a tu destino, calientas el cuerpo: dos o tres vueltas a la pista, giras las muñecas, los tobillos, la cadera, estiras la espalda y ya te encuentras listo. Subes al muro. Frente a ti un abismo de más de dos metros de largo y acto seguido tu objetivo, lo visualizas, colocas tus pies en posición, ligeramente doblas las rodillas, sueltas todo el aire, estás preparado.
Sabes que es lo que tienes que hacer, tu cuerpo calcula la distancia y la fuerza sin que tu mente se percate de ello. Entonces saltas. En ese momento todo se detiene, tu cuerpo actúa solo, no piensas en nada, no oyes nada, todo se mueve a cámara lenta. Conforme tu cuerpo sube en el aire se va preparando para la llegada, en ese momento no sientes nada, estás en paz, nada te perturba, ni siquiera aquel perro que estaba ladrando o aquellos niños que jugaban a lo lejos. Ni siquiera oyes el sonido del motor de ese coche que conduce a toda velocidad. Nada te importa en ese momento, ese instante de milésimas de segundo en el que sientes que estás en otro planeta. Poco a poco tu cuerpo se va preparando para llegar a tu objetivo, tus piernas se estiran y acaban llegando al muro.
De repente todo vuelve, te encuentras en tu objetivo, tu respiración vuelve a la normalidad, vuelves a sentir el viento, a oír todo lo que te rodea. Todo vuelve a su ritmo y te das cuenta.



En esos pocos segundos, eras libre.

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